Dios ya no es huérfano.
María es su madre, Ana su abuela y Eva su tatarabuela. La parentela de Dios es
considerable y su madre es también su secretaria privada, una fructífera
intercesora, la vicecomandante en la redención, facilitándole así las labores a
la Santísima
Trinidad.
Ahora la agenda de Dios es más eficaz, con su madre al lado.
La salvación del alma ya no está desamparada ¿Qué sería del plan y los destinos
de Dios sin su Madre? Es más, María es la mamá de Dios, madre de la iglesia,
madre de la humanidad, reina del universo, perpetuo socorro y muchísimo más.
Mirando las peregrinaciones y las alabanzas marianas, a veces da la impresión
que María es más determinante que su hijo Dios, aunque hay que reconocer que a
aquellos que le cantan más a María que a Jesús, son azotados por el propio
obispo, y aquellos que mantienen el desequilibrio rezando diez avemarías al
lado de un solitario padrenuestro, reciben patadas incesantes en el tobillo por
parte de los bototos con punta de fierro del cardenal, hasta que vuelvan los
empates. Sí, María es la mismísima Madre de Dios, pero no hay que exagerar.
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