Ingresó al seminario
de San Rafael de Valparaíso con una mano por delante y la otra por detrás. La
de atrás era para evitar que se lo violaran y con la de adelante gambeteaba el
sexo oral catequista. El despliegue de besos con lengua entre homosexuales
ordenados y desordenados eran una ofrenda a la Virgen María, que siempre les
ponía cara de perro. El seminarista fue persuadido por un libidinoso recaudador
de vocaciones. Al que es maricón le espera un futuro seráfico esplendoroso. El sacramento
del orden generalmente detesta al macho recio. Al seminarista que no cede lo
extorsionan y al que se cambia de equipo lo aplauden. El nuncio nunca se va a
cansar de leer cartas con las historietas eróticas de los presbíteros y
prelados. Con las denuncias el obispo mira hacia un lado y el arzobispo hacia
el otro. El cardenal ordena que tapen todo con tierra “o nos fregamos todos”. El
prestigio de la inmaculada Madre Iglesia va primero. En el seminario ingresaban
desnudos a una piscina y el director espiritual les medía los genitales y el
ano, por medio de tocaciones gregorianas. Las Ursulinas con la lasciva Madre
Paula no se quedan atrás. La secta gay del padre Fernando karadima es el
paradigma de las sotanas. Los obispos se niegan que un médico les revise el
ano, en aras de la transparencia. Cualquier fechoría eclesiástica es una caja
de pandora, con un efecto de dominó. Por eso el secretismo inmoral y rígido del
cardenal. El que se calla vive más y mejor. Cada cura apostólico es un
masajista y cada seminario una casa de masajes. A veces los presbíteros no son
severos con la castidad. El que acaricia a un obispo o rector roza el cielo con
su trasero. La mafia gay al interior de la Madre Iglesia no posee escrúpulos y
demuele a cualquiera, es un círculo de hierro que se protege con todo. Si no
encubren los delitos y pecados sexuales no queda títere con cabeza. Están obligados
a desmarcarse de la ruta de la santidad para sobrevivir.
Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
