La imagen religiosa me protege, me cuida, me acompaña, me da confianza. Es más que un amuleto, que un fetichismo. Es un símbolo vivo de la sagrada tradición de la iglesia. Una de tamaño mediano se luce en mi habitación y otra en miniatura la llevo en mi pecho con un collar o también en una pulsera. Sólo nos divorciamos brevemente en la ducha. A mi imagen le rezo, le canto y le bailo, de puro agradecido que soy, por los favores que me concede. Tan encadenado estoy a ella y a lo que representa, que sin mi imagen religiosa soy un desvalido total. Es mi fe. Una fe de emociones profundas y sacras, una fe que no altera el trasfondo. Mis pecados internos no han variado, las fuerzas que me imparten las imágenes religiosas tampoco. Todo es estable.
Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
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