Mi tribu urbana me da
un sentido de pertenencia, una identidad singular. Otros creen que las tribus
son basureros humanos. Usamos peinados y vestuario similares, que es nuestro
estricto uniforme, con el que nos presentamos sagradamente en el lugar donde el
aburrimiento nos llame. Escuchamos la misma música, que son nuestros himnos y
alabanzas. Algunas feas se sienten cómodas entre nosotros. El requisito común
para ingresar por un tubo a una tribu es ser un fracasado o un tarado. También se
aceptan resentidos sociales severos. Con algunas excepciones la tribu es la
mugre del hoy y la escoria del mañana. La mayoría termina siendo mano de obra
barata, tonificando el capitalismo que odiamos. Con el tiempo estoy bebiendo
más y soy más agresivo e intolerante. Por alguna razón es muy extraño ver entre
nosotros a los tipos que son inteligentes, talentosos o laboriosos. Nos oponemos
a este sistema que nos oprime. Todo nos fastidia. Así, tenemos la excusa
perfecta para justificar nuestra mediocridad y estupidez. Mi rotundo fracaso
como ser humano es culpa de los demás, no mío. La verdad es que somos rebeldes
sin causa, sin propuestas y sin sesos. Si alguien logra hilvanar el esbozo de
un pensamiento cualquiera lo divinizan en el acto. Entre tanto sandio no es
complejo sobresalir. Nos reunimos en la plaza como otros lo hacen en un
monasterio. Cuando mis familiares me ven con mi vestimenta se les erizan los
pelos y de esta forma logro uno de mis objetivos. Mi madre se despide de mí y
se pone a llorar. Ella no comprende este complejo mundo moderno. Somos sectarios
e intratables y ninguno es humorista. Estamos en contra de lo establecido o de
cualquier cosa. Lo importante es ser el enemigo número uno de cualquier cosa. Somos
una subcultura porque somos subnormales. Cuando por algún motivo o debate algún
miembro de una tribu urbana intenta ponerse serio, todos se ríen estrepitosamente, sin piedad.
Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
No hay comentarios:
Publicar un comentario