Antiguamente la gente vivía menos y no se divorciaba
porque era una deshonra, un pecado contra el mismísimo Dios. El matrimonio era
como firmar una cadena perpetua irreversible y voluntariamente. En este mundo
moderno y liberal puedes reincidir en la fechoría varias veces. El que se casa
por segunda vez brinda con una sorprendente candidez. El hombre en su necedad
cree que la respuesta en este caso es separarse, dimitir, fugarse, esconderse
en el bosque. Y se casa otra vez tropezando con la misma piedra. La amante que
hoy es la esposa es más celosa y bruja que la primera. Se siente en un pozo
hondo y blasfema duramente en contra de esa musa que lo invitó a casarse por
segunda vez, riéndose. Se siente estafado y lo gritará a los cuatro vientos sin
poquedades.
Del blog índice LAS
SOTANAS DE SATÁN
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